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04 julio 2007

No Todo es Verso

Vivimos en un mundo donde la mentira circula tanto como el aire, sí; donde la desconfianza está siempre en el orden del día, sí; donde es más fuerte la corrupción que la honestidad, sí. Pero así y todo, muchos compañeros eligen abrirse y, mostrarse a través de sus producciones literarias que no son verso, porque expresan sentimiento e ideas auténticos, dignos de ser compartidos. Prosas y poemas que no son verso.
Les proponemos disfrutar el primer domingo de cada mes de los sueños escritos por quienes todos los días trabajan o estudian a nuestro lado, se sientan en el colectivo a nuestro lado, luchan a nuestro lado.
Si tenés producciones literarias propias, no muy extensas y querés que las publiquemos en “No Todo es Verso” del primer número de alguno de los próximos meses, podés mandarlas a agenciawalsh@yahoo.com.ar Poné en el asunto: “Para No Todo es Verso”. Trataremos de publicarlas todas.
Y ahora, a compartir la primera entrega…

Literaturra agradece el trabajo de AgenciaWalsh
Si querés publicar directamente en Literaturra envía tus materiales a santosdran@gmail.com

LA BOTELLA DE VINO
Tiene sus buenos años, pero es joven de alma, y se mantiene bien.
En otro tiempo, apariencia de guapo. Cuchillo a la cintura. Espalda de cartón y pierna rápida pa´ escabullir el bulto a cualquier entrevero por liviano que fuese.
Alguna vez fue milico, antes de ser dado de baja tuvo su más desopilante intervención cuando para fin de año la "superioridá" le ordenó hacer una razzia de "panzones", como en el interior eran llamados los "cafishios", y Corbalán con suma diligencia a las pocas horas había encanutado como a quince de los más robustos gordos del pueblo.
Pero como bueno es buena persona. Máxime si se trata de polleras a las que siempre ha sido muy aficionado. Por ahí se cuenta que, mujer en desgracia que encontraba la llevaba al balín, y poco a poco con cariño y puchero por más baja, que la fulana hubiese estado, la ponía rozagante y de buen porte; ocasión que la más de las veces las palomas aprovechaban para volar a otro nido sin siquiera dejar una cartita en la almohada. Eso en el mejor de los casos, porque en los otros las palomas eran arreadas por sus antiguos gavilanes, que las levantaban sin miramientos hacia Corbalán, al que de paso solían obsequiar con una buena pateadura.
Ya alejado del uniforme provincial, nuestro hombre entró a trabajar en una hilandería, lugar en el que tomó el hábito de hablar a gritos para sobrepasar el aturdidor machacar de las cardas.
Ya asentado y con mujer fija, no cambió su talante bonachón y dicharachero, y no es ajeno a las bromas de grueso tono con que suelen obsequiarse algunos hombres.
Así puede encontrarlo a uno cualquiera en cualquier sitio -si concurrido mejor - y cargarlo a los gritos, sin miramientos.
Esa tarde tomó el tren en José C. Paz rumbo a la fábrica y al llegar a San Miguel alcanzó a ver a Rivarola que se disponía a subir luciendo unos impresionantes anteojos ahumados, verlo y gritar fue todo uno .-¡¡Qué haces gallo ciego!!- vociferó -Vení sentate que hay lugar...
Rivarola enrojeciendo pasó entre la gente y fue a sentarse junto a Corbalán.
-¿De 'ande venís Feliciano? ladró esté.- ¿Y el perro donde lo dejaste?
Mirándolo de soslayo masculló Rivarola. - De tu casa vengo.
-Qué vas a venir. Andarías mangando a algún pariente de por acá vos...
- Claro que vengo de tu casa, y la mangué a tu mujer, mirá la guita que me dio - dijo Rivarola sacando dinero del bolsillo.
Se entrecortó Corbalán, corno si estuviese atorado, tragaba nudos de saliva.
-Sabés, lo único que no me gusta de tu casa es la porquería de vino blanco que tenés che, a ver si cambias la marca.
-Ja -aulló Corbalán -qué vino blanco , si yo no tomo, no tomoooo,ja,ja,ja!!
Se callaron Ion dos. Al llegar a Caseros bajó Rivarola suspirando de alivio por aquel balsámico silencio.
Arrancó el tren rumbo a Sáenz Peña, y en tanto la estación iba quedando a sus espaldas Corbalán su sentencia.
-¡¡Si mañana cuando vuelvo encuentro la botella abierta, la mato a mi mujer!!
Adolfo Grinberg
28-10-78
Fornaro
Entre esos trapos sucios que llenan su cofre, suelen encontrarse a veces pedazos de pan o cigarrillos sueltos. De eso se enteran los compañeros que se divierten forzando la cerradura para meter sapos que, cuando el viejo abre la puerta, le saltan encima. El único que no se ríe es el viejo. Y vuelca su andanada de puteadas cada vez mis exasperado. Una especie de leyenda cuenta que regaló tres hijas. Y eI flaco Espinoza (Espinaca para el taller) asegura que a él le contó que era cierto. "Se murió mi mujer, las pibas eran chiquitas, mujeres para colmo. Yo no tenía un mango ni para pan. ¿Qué querías que hiciera?” dice el flaco que le dijo.
- Vos, flaco, sos un pendejo; el día que tengas hijos vas a ver que no te conmueve más esa historia hija de puta. Los hijos son hijos, aunque para alimentarlos te tengas que hacer coger. Y bueno, Márquez tiene cuatro. Él debe saber lo que dice. Y el Flaco Espinoza se viste despacio, mientras no sabe si divertirse o compadecerse del viejo, que no puede echar al sapo de su cofre. Y el viejo sigue puteando y recibiendo puteadas.
-¡Fornaro! ¡A qué no te la tomás de un beso! - grita de pronto alguien que trae una botella de vino recién abierta.
-¡Y dos también! ¡Te juego lo que quieras!
Y el viejo se sienta, sé acomoda y sin respirar mientras se le hinchan las venas en el cuello y en las sienes, se va tomando el vino. No sólo él, nadie respira. Y cuando la botella vacía cae al suelo, el viejo se extiende en el banco de madera. Hay un ronquido y una carcajada. Y el Flaco Espinoza, que ahora se peina, piensa que el viejo sueña con sus hijas. Y Márquez dice que sueña con una puta que le dé bola a pesar del olor. Y el sapo hace ruido entre el pan y los trapos. Y el viejo, quizás, no tenga ningún sueño.
Claudia Cichero
Viajes De Viaje
El colectivo no dejaba de asestarse rebajes al viento, en una carrera loca contra algún enemigo acostumbrado e invisible del propio chofer. La colectora de avenida General Paz, extrañamente, hacia honor al nombre propio. No había mucho tránsito a esa hora de la mañana plomiza y húmeda de un enero agobiante. El lunar rojo del cielo acabó con el ridículo deseo estrepitoso de fin del grandote y peludo conductor. "Dios mío, qué animal", dijo un pasajero en los últimos asientos; y siguió: "no quiero que elijas cómo tengo que morirme, bestia", balbuceó mientras se retorcía con disimulo. La empanada caliente a medio masticar, con olor a hojaldre crocante que abría apetitos, fue devuelta por la ventana hacia el asfalto más caliente aún. Un hombre de gris tuvo arcadas. Y por fin reinó la quietud. Otro hombre, oscuro, miró hacia su izquierda y allí estaba ella. Sobre un colchón ajado, dormía, fresca, bajo la sombra de tres árboles. Se preguntó cómo podía hacerlo con el zumbido maléfico de los micros, el rugido inhumano de los camiones o el desenfrenado ir y venir de los autos a metros nomás. "¿Qué respira?", se inquietó contemplando los piecitos desnudos, esa ropita toda rotosa y su corta humanidad desgarbada de ¿cuántos? ¿Cuatro? ¿Cinco años? Se preguntó por qué no descansaba en una cómoda cama, en su hogar, junto a sus padres. Se preguntó por qué estaba ahí. Trató de evitar la imagen que se lanzaba sin remedio sobre su mente debatida entre el odio, la compasión, la tristeza y el espanto. Luchó contra el esfuerzo de cerrar los ojos y pensar otra cosa. Pero no pudo. Perdido en la profundidad de algo más que una preocupación, no veía una desconocida en situación harto conocida; la carita de su pequeña hija se había reposado entre los trapos. Tragó saliva y miró hacia otro lado. Fue todo muy rápido. Vio la estación de Liniers, saltó del asiento y bajó con la angustia a cuestas. Cruzó avenida Rivadavia, las vías y apuró el paso por la callecita de locales con perfume a suburbio que lo dejó debajo del puente.
Mirando el piso buscó algo de lo que no estaba seguro, algo que le sacara esa nena de la cabeza. Pero fue imposible. Las casillas de madera frente al cementerio, la zona del Fuerte. "Zona caliente, de guerra argentina, ricos contra pobres, todos contra todos, la famosa civilización y la famosa barbarie... pero ¿quién es quién?", meditó viendo la película a través de la mugrienta ventana del segundo colectivo. Más adelante la estación de Sáenz Peña, las calles de Lourdes, Cinco
Esquinas... "los chicos y las chicas están ahí. Piden, no comen, duermen en el andén o en las escaleras de las oficinas de Dios". Se hizo preguntas huecas donde susurran los grillos. Entonces recordó una escena. Una muchachita, que nunca supo de dónde salió, increpaba a una parejita de niños de los cuales nunca supo bien si era la hermana mayor o su madre. '¿¡Se quieren morir abajo del tren!?', les gritó con un chillido agudo. Los querubines corrieron y se perdieron de vista entre los pastizales altos de la estación, como animalitos huyendo de su cazador. La locomotora disminuyó su marcha, estaba llegando el tren país: pocas luces, ventanas rotas, puertas tramposas, todos colgados haciendo equilibrio, algunos se bajan antes. Pensó: "¿Ellos sí eligen su propia muerte?". Y miró para otro lado, una vez más.
Aldo Ferrante
Sócrates
La clave estaba en Sócrates. Así me había explicado el Ruso cuando yo le hablé de mi vida en el embudo. Me había tomado unas copas de más en un bar cualquiera de Palermo y entonces le conté de mi matrimonio destruido, de mi deplorable situación económica que contribuyó a que Estela se las tomara, porque para ella eso de que hay que estar juntos en las buenas y en las malas, no corría.
Entonces el Ruso me explicó, y la salida estaba en Sócrates.
A pesar de que al Ruso todos lo considerábamos un sabio, no faltaban los que decían que lo de él era puro verso. Pero conmigo no se equivocó. No: mi vida dio un giro de 180 grados en el mismo momento en que Sócrates, contra todos los pronósticos, cruzó el disco con medio cuerpo de ventaja en la sexta de Palermo.
Eduardo R. Marcuzzi
Ella
Un bar cualquiera.
Una mañana de otoño cualquiera. Ella no era cualquiera, un enorme vacío en el pecho al mirarla me indicaba que solamente podría llenarlo ella.
Parecía una reina. Un café frío y medialunas intactas eran su corte.
Miró por la ventana, yo sigo esa mirada:
Un camión cargado de botellas cruje por el empedrado, como un viejo galeón en un onírico mar de niebla. El sueño que no soñamos juntos espera el milagro: El amor tiene esas cosas mágicas, predestinadas.
El bar, la hora, la niebla... todo se confabula en un contexto ideal.
La escenografía perfecta para empezar a desentrañar una historia, nuestra historia.
Vuelvo a su increíble boca. Despide un aliento tan palpable como su pensamiento. Se vislumbra un dejo de melancolía.
Bastó que sólo dos veces nos cruzáramos la mirada para tener la certeza, la señal.
En mis sueños la esperaba. Después de tantas desilusiones esperaba una señal de esperanza y llegó con forma de ángel. Era ella, estaba seguro que el amor me sorprendería en cualquier lugar.
Algo en mi interior me lo decía.
Me acerqué cautelosamente. No quería acorralarla ni que me mal interprete.
Me senté a la mesa pidiendo disculpas, adivinando su complicidad.
La mire a los ojos y le dije: Por fin nos encontramos. La felicidad existe y hoy la descubrí. El destino te puso en mi camino y no pienso renunciar a la dicha de haberte encontrado, yo también sufrí mucho en la vida pero no todo está perdido. Si me dieras una oportunidad viviría para vos y por vos. No quiero apurarte, conozcámonos, tomémonos un tiempo. Te propongo ir al cine o a cenar o simplemente caminar por San Telmo.
Mi corazón latía emocionado cuando ella movió sus hermosos labios para responderme:
¡¡Raja de acá que estoy laburando!!
Walter Alegre
Los Protocolos De Las Mujeres
Miguel creía que su fama de paranoico se debía a la persecución de que era objeto por parte de todas las mujeres del universo, que habían jurado no hacer nunca el amor con él. Para probar este siniestro propósito de la raza femenina, daba su virginidad, a los 40 años, como argumento central e irrefutable. Había hecho -decía- pruebas empíricas en muchos barrios y países. Se acercaba a una mujer (de cualquier edad o condición) y proponía:
-Señorita ¿Querría Ud. acostarse y hacer el amor conmigo en un establecimiento de precio módico pero de inobjetable higiene? Miguel aquí siempre recalcaba que hablaba con absoluto respeto, que no las tuteaba y que no había motivo alguno para la ofensa.
-Sin embargo aquí me ve sigo sin debutar. El otro intentó reflexionar -A lo mejor no debería decir lo del precio módico del hotel -Es que quiero que sepan que me conformo con lo que ellas puedan pagar. Basta con que sea higiénico.
Juan Grinberg
Por Suerte, Por Desgracia

Una persona viajaba en avión.
Por desgracia se resbaló, cayó.
Por suerte, tenía un paracaídas.
Por desgracia, éste no funcionó.
Por suerte, allá abajo, una montaña de pasto.
Por desgracia, en ella sobresalía una horquilla.
Por suerte, la persona cayó lejos de la horquilla.
Por desgracia, apareció cerca de la pila de pasto.
José Luis D´ Amato
AGENCIA DE COMUNICACIÓN RODOLFO WALSH

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