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05 mayo 2008

A 125 años del nacimiento de Carriego

Literaturra agradece a Agencia Walsh, este omenage a Carriego


El próximo 7 de mayo cumple 125 años el poeta nacido en Paraná, Evaristo Carriego. Periodista y bohemio que supo reflejar la vida y la cotidianeidad de los barrios de su época. Escribió en "La Protesta", "Papel y tinta", "Ideas", "Caras y caretas" y otras publicaciones. Allí se dio a conocer también su obra que retrató la vida del suburbio. Su único libro de versos editado en vida, Misas herejes, apareció en 1908. Adquirió fama con los poemas La costurerita que dio el mal paso, El alma del suburbio, La viejecita, Residuo de fábrica, Los perros del barrio, y los que se agrupan bajo el subtítulo de Íntimas, que le dieron gran popularidad. Murió en Buenos Aires el 13 de octubre de 1912. Vayan algunos de sus poemas en este pequeño homenaje.


Las manos

A todas las evoco. Pensativas,

cual si tuvieran alma, yo las veo

pasar, como teorías que viniesen

en las estancias líricas de un verso.

Las buenas, las cordiales, generosas

madrecitas de olvidos en los duelos,

las buenas, las cordiales, que ya nunca

las volvimos a ver, ni en el recuerdo.

Las manos enigmáticas, las manos

con vagos exotismos de misterio,

que ocultan, como en libros invisibles,

las fórmulas vedadas del secreto.

Las manos que coronan los designios,

las manos vencedoras del silencio,

en las que sueña, a veces, derrotado,

un tardío laurel de luz el genio.

Las pálidas, con sangre de azucenas,

violadas por los duendes de los besos,

que vi una vez, nerviosas, deslizarse

sobre la gama azul de un florilegio.

Las manos graves de las novias muertas,

rígidas desposadas de los féretros,

leves hostias de ritos amatorios

que ya nunca jamás comulgaremos;

Esas manos inmóviles y extrañas,

que se petrificaron en el pecho

como una interrogante dolorosa

de la inmensa ansiedad del postrer gesto.

Las crüeles que saben el encanto

del fugaz abandono de un momento.

Las exangües, las castas como vírgenes,

severas domadoras del deseo.

Las santas, inefables, las ungidas

con mirras de perdón y de consuelo:

amadas melancólicas y breves

de los poetas y de los enfermos.

Las románticas manos de las tísicas,

que, en la voz moribunda de un arpegio,

como conjuro agónico angustiado,

llamaron a Chopin, desfalleciendo...

Las manos que derraman por la noche

los filtros germinales en el lecho:

las que escriben las cláusulas fecundas

sobre las carnes que violó el invierno.

Las manos sin amor de las amadas,

más frías y más blancas que el pañuelo

que se esfuma en las largas despedidas

como paloma del adiós supremo.

¡Las únicas, las fieles, las anónimas,

las manos que en los ojos de algún muerto

pusieron, al cerrarlos, la postrera

temblorosa caricia de sus dedos!

Las manos de bellezas irreales,

las manos como lirios de recuerdos,

de aquellas que se fueron a la luna,

en la piedad del éxtasis eterno.

Las místicas, fervientes como exvotos,

inmaterializadas en el rezo,

las manos que humanizan las imágenes

de los blondos y tristes nazarenos.

Y las manos que triunfan del olvido,

¡esas, blancas como el remordimiento

de no haberlas besado, ni siquiera

con el beso intangible del ensueño!

El camino de nuestra casa...

Nos eres familiar como una cosa

que fuera nuestra, solamente nuestra;

familiar en las calles, en los árboles

que bordean ]a acera,

en la alegría bulliciosa y loca

de los muchachos, en las caras

de los viejos amigos,

en las historias íntimas que andan

de boca en boca por el barrio

y en la monotonía dolorida

del quejoso organillo

que tanto gusta oír nuestra vecina,

la de los ojos tristes...

Te queremos

con un cariño antiguo y silencioso,

¡caminito de nuestra casa! ¡Vieras

con qué cariño te queremos!

¡Todo

lo que nos haces recordar!

Tus piedras

parece que guardasen en secreto

el rumor de los pasos familiares

que se apagaron hace tiempo... Aquellos

que ya no escucharemos a la hora

habitual del regreso.

Caminito

de nuestra casa, eres

como un rostro querido

que hubiéramos besado muchas veces:

¡tanto te conocemos!

Todas las tardes, por la misma calle,

miramos con mirar sereno,

la misma escena alegre o melancólica,

la misma gente... Y siempre la muchacha

modesta y pensativa que hemos visto

envejecer sin novio... resignada!

De cuando en cuando, caras nuevas,

desconocidas, serias o sonrientes,

que nos miran pasar desde la puerta.

Y aquellas otras que desaparecen

poco a poco, en silencio,

las que se van del barrio o de la vida

sin despedirse.

¡Oh, los vecinos

que no nos darán más los buenos días!

Pensar que alguna vez nosotros

también por nuestro lado nos iremos,

quién sabe dónde, silenciosamente

como se fueron ellos...


La silla que ahora nadie ocupa

Con la vista clavada sobre la copa

se halla abstraído el padre desde hace rato:

pocos momentos hace rechazó el plato

del cual apenas quiso probar la sopa.

De tiempo en tiempo, casi furtivamente,

llega en silencio alguna que otra mirada

hasta la vieja silla desocupada

que alguien, de olvidadizo, colocó en frente.

Y, mientras se ensombrecen todas las caras,

cesa de pronto el ruido de las cucharas

porque insistentemente, como empujado

por esa idea fija que no se va,

el menor de los chicos ha preguntado

cuándo será el regreso de la mamá.


En el barrio

Ya los de la casa se van acercando

al rincón del patio que adorna la parra,

y el cantor del barrio se sienta, templando,

con mano nerviosa la dulce guitarra.

La misma guitarra, que aún lleva en el cuello

la marca indeleble, la marca salvaje

de aquel despechado que soñó el degüello

del rival dichoso tajeando el cordaje.

Y viene la trova: rimada misiva,

en décimas largas, de amante fiereza,

que escucha insensible la despreciativa

moza, que no quiere salir de la pieza...

La trova que historia sombrías pasiones

de alcohol y de sangre, castigos crüeles

agravios mortales de los corazones

y muertes violentas de novias infieles...

Sobre el rostro adusto tiene el guitarrero

viejas cicatrices de cárdeno brillo,

en el pecho un hosco rencor pendenciero

y en los negros ojos la luz del cuchillo.

Y muestra, insolente, pues se va exaltando,

su bestial cinismo de alma atravesada:

¡Palermo le ha oído quejarse, cantando

celos que preceden a la puñalada!

Y no es para el otro su constante enojo...

¡A ese desgraciado que a golpes maneja,

le hace el mismo caso, por bruto y por flojo,

que al pucho que olvida detrás de la oreja!.

¡Pues tiene unas ganas su altivez airada

de concluir con todas las habladurías!...

¡Tan capaz se siente de hacer una hombrada

de la que hable el barrio tres o cuatro días!...

...Y con la rudeza de un gesto rimado,

la canción que dice la pena del mozo

termina en un ronco lamento angustiado,

como una amenza que acaba en sollozo!

Conversando

El libro sin abrir y el vaso lleno.

-Con esto, para mí, nada hay ausente-.

Podemos conversar tranquilamente:

la excelencia del vino me hace bueno.

Hermano, ya lo ves, ni una exigencia

me reprocha la vida..., así me agrada;

de lo demás no quiero saber nada...

Practico una virtud: la indiferencia.

Me disgusta tener preocupaciones

que hayan de conmoverme. En mis rincones

vivo la vida a la manera eximia

del que es feliz, porque en verdad te digo:

la esposa del señor de la vendimia

se ha fugado conmigo...

AGENCIA DE COMUNICACION RODOLFO WALSH

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