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13 octubre 2008

Cinco siglos igual

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Este No Todo Es Verso es bastante especial, porque esta semana ha habido dos días dignos de ser tenidos en cuenta: el 8 de octubre se cumplieron 41 años del asesinato del Che, y hoy es el aniversario Nº 516 de la llegada a nuestras tierras americanas de los invasores europeos.

Además, los compañeros paraguayos presos llevan casi dos meses de huelga de hambre, con lo que sus vidas ya corren serio peligro.

Varios compañeros se han referido a los hechos en concreto y otros han aportado material adecuado a la situación.

Mucho para un solo No Todo Es verso, pero aquí está.


El olvido de los pueblos es un fusil taimado, de celoso gatillo que se dispara solo; y hay que estar muy atento para evitar suicidios.
"Eduardo Pérsico (de "Gardel supo retirarse a tiempo")

Amigos, este es un poema que escribí para nuestros compañeros, me gustaría compartirlo con todos. Un abrazo grande,
Miguel


Manera de vivir

'A los seis compañeros campesinos paraguayos, que en el día de hoy, lunes 6 de octubre del 2008, se encuentran en una cárcel argentina haciendo una huelga de hambre desde hace 51 dias'


'Desgraciadamente el dolor, crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso...'
Cesar Vallejo


No hay otra manera de vivir me dije, le dije,
estoy partiendo con ellos, aunque sean
sólo ellos,
quienes parten verdaderamente.
Salgo a la calle con lo suficiente, abrigo, encendedor, el cuaderno de apuntes,
voy a encarar el resto de soledad, esos problemas de cualquier juglar
que se sirve de los poemas para subsistir el día.
Voy a tomar el tren, a complicarme con los desatinos de la familia,
a encontrar una película que concluya en sonrisa de niño.
Voy de un tiempo a esta parte preguntándolos,
me acostumbro a sus apellidos, como si los conociera de siempre.
Sigo siendo quien soy, con la flacura del amigo que ha perdido
su posibilidad, la posibilidad de compartir con ellos el espacio de la calle y de la tierra,
el surco y el litoral, el mercado popular de la frontera.
Estuve, estuve, les diría en poema de Tuñon,
estuve en esa peregrinación nocturna, casi loco, casi borracho, solo,
en los andenes de la selva, fui perplejo de su polvareda roja,
libre de tristeza, tras el orgullo de los anchicos,
el pombero y el gurí patudo, el humor de los tareferos y la madre ciega.

Estuve cerca de esa patria, casi ausente, quise decírtelo,
quise contarle a ellos.

Y entonces hoy el hambre me interrogó de cerca.
que pobre luz este país, que poca gente se preguntará porqué,
quien seré yo para responder lo justo.
La respuesta la tienen ellos, escribí en la calle,
no hay respuesta sin hambre, compañero.
No hay respuesta sin voluntades me dije.
Cada día,
Espero ese llamado, esa victoria lenta,
soy quien he sido, y por delante me sostienen ellos.
con la rabia de quien ha dejado de comer para siempre,
para que otros coman. Allí están,
con la templanza de quien entrega su existir
para que existan otros.
Con el orgullo de no ser, para matar de vergüenza a quienes matan.

Miguel Martínez




Si se acortarán las distancias

te pediría una caricia, una mirada,

un abrazo breve de la eternidad,

que apagaría el fuego de este infierno

para hacerlo calor y no horror.

O quizás se escaparían de mi boca

palabras dulces sin muerte.

Y la frescura flotaría en el éter

como parte cotidiano de esta nada

que nos lleva a transitar torpemente

por los senderos del recuerdo.

Machucando olvido en un bolsillo.

Si se acortaran las distancias

pero no las de internet.

Sí las de carne huesos y sentimientos

las que se traslucen de los ojos

como si fueran espejos de agua

que se van aguantando la velada

puros y ciertos, sin miramientos

pero con la incertidumbre a cuestas

que no espera, desespera.

Alexis Medina


Yo no quiero

No quiero pulirme
para saber
mentirte
no quiero
decorarme
no quiero leer libros que
me digan como le tengo que hacer
para mentir
no quiero esos saberes
yo soy así mete pata
me aplaudo y me reprendo y aprendo.
me acuesto y duermo
sueño y amo mi inconciente
no quiero ficciones de mí
y después otra vez no saber quién soy
no quiero pulirme, no !
no quiero aprender a expresarme mejor
ya mucho problema me trajo ese camino de aprender
hubiera sido mejor
estar lejos de ese mundo, ser sencilla
no lo sé... es suficiente ya
no quiero leer neurolinguística
no quiero aprender a engañar
si no puedo hablar bien en público me la aguanto
no quiero dejar de ser yo
yo soy esto que escribe desesperadamente
y que te cuesta aceptar
no estudiaré no sea que deje de ser yo
y luego al saber sin querer
me enoje con los ignorantes por no saber
con la gente sencilla que como yo algún día no supo hablar
y ponga imposiciones malévolas en sus decires
tengo miedo ,
no quiero todos tus libros leer, tan solo de sueños y poesía
quiero saber recostarme por las noches y ver que hay en mi interior
mi inconciente no quiere comer tus conocimientos, le llamo así
tenemos distintos símbolos distintas ignorancias
no quiero
que me interpreten
tu piensas... piensa mal y acertarás y
yo pienso exactamente al revés
al menos de la gente sencilla
de los que no son políticos y nada se quieren llevar.
piensa mal y acertarás ?... de quien te quiere de verdad ????
no no no , yo tus libros ya no quiero leer.
sólo poesía algo de historia y nada más
no me pidas mejores modales
hago lo que puedo , no tengo protocolo
no quiero pulirme
para mentirte
no quiero decorarme de saber
no quiero leer libros que me digan cómo le tengo que hacer
que me digan qué soy y quéno
no , no
yo no quiero .
no quiero.

Daniela Gorbolino


Ser en el otro
(Siendo en el otro)

Por un instante, por un momento, sobre tus huesos

Sobre tu hambre, sobre tu angustia, sobre tu llanto.

Sobre tu mundo sin horizontes

Sobre tu mesa sin alimento.

Sobre tu cuerpo con mil cadenas.



Por un momento

Para ser hambre y ser angustia

y ser el llanto que te recorre

todos los huesos

los tantos huesos

que son las rutas de la miseria

Esa miseria que te carcome

y que devora todos tus sueños


Por un instante, por un momento

Ser en tus ojos tus propios ojos

Ser en tus pasos tus propios pasos

Ser en tu angustia tu propia angustia

Ser ese llanto que está atrapado

entre las cuerdas de tu garganta


Y ser tus manos

Entre tus manos tus propias manos

Las que golpean en cada puerta

Las que se aprietan en impotencia

Como si fueran duros martillos.

Vanos martillos en las conciencias.


Ser caminante de tus caminos

Con tus zapatos, tus zapatillas

tus pies descalzos.

Por un momento,

eso quisiera.


Y si resisto

siendo tus huesos

siendo tu hambre, siendo tu angustia, siendo tu llanto.

Si carcomidos todos mis sueños

y condenada toda utopí­a

Si desteñidas todas mis ansias de un mundo justo

Aún insisto ...


Sobre tus huesos

sobre tu angustia,

sobre tu llanto


Habré aprendido.

Siendo en el otro

Soy en el otro.

(en el que muere por hambre)

Profesora Marí­a Cristina Saborido

Ex detenida desaparecida

Pozo de Banfield/Quilmes

Julio/ 77


En estos ochenta años

Nos deja con un pasado

reciente y prematuro,

con sueños que se perdieron

con vidas que nos dejaron.

Nos queda la realidad

mirarnos frente al espejo

para decirnos verdades

aunque nos duela el silencio.

¡ Cuanto por caminar !

¡ Como llevar los recuerdos

con cicatrices profundas

llenas de muertos y sueños !


El pasado que te increpa

Con un ruidoso silencio

y ese rumbo que escogimos

Nos pide que continuemos


Quién puede dejar de ser

Lo que siempre ha cultivado

Con sus luces

Con sus sombras

Con su pensar

Con sus manos

Con los sueños incompletos

Recogiendo los pedazos

Que cada cual reconstruye

Con jirones rescatados


La meta está allá lejos

Pero hacia allí caminamos

Tal vez más lentamente

Quizás un poco más sabios

Respondiendo algunas cosas

Preguntando y preguntando


Dicen por ahí algunos

Que siempre estamos peleando

No saben que ese reproche

Se vuelve elogio en tus manos

Sin olvido y con memoria

Recordando tantos hermanos

Que viven junto a nosotros

En cada lucha que damos.


Es difícil compañeros

Llegar pues nunca llegamos

Cada peldaño un impulso

Cada respiro un descanso

Sin perder nunca la vista

De ese sueño imaginado.

Hermoso sueño de todos

Construido con retazos

De tantas vidas vigentes

Caminando a tu lado


Viven ellos en nosotros

En nuestra risa

En el canto.


Cada paso recorrido

Lo hacen a tu costado

Ellos contigo rien

Y lloran si estás llorando

Sueñan el mismo sueño

De todos nuestros hermanos.


Compañero Che Guevara

Tu ejemplo sigue brillando

Pues no hay sombra

Comandante

Que impida seguir tus pasos.

Eduardo Abeleira


Entre cerros

Ayer me levanté tempranito, un rato después de que salga el sol. La mañana estaba linda, y como no tenía tareas, le dije a mamá si podía salir a jugar con las chicas. Ella me dijo que sí, pero que estuviera temprano para almorzar, porque volvía papá de trabajar en el campo y querían que comiéramos todos juntos. También me dijo que si lo veía a mi hermano por ahí le avisara lo mismo.
Así que salí y corrí tres cuadras hasta la casa de las mellizas. Ellas ya estaban en la puerta esperándome. Nos abrazamos y charlamos un rato, de los papás, de los juegos, y de los chicos, claro, que si estaba de novia con el de la vuelta, que si ellas se iban el fin de semana al campo con los hijos del carpintero, que si esto, que lo otro, y todo eso.
Estábamos a la sombra de su casa, pero después de un rato el calor empezó a molestar, y ya estábamos transpirando, así que dijimos de ir al río y pegarnos un chapuzón hasta la hora de comer. El río no quedaba muy lejos, menos de treinta cuadras, pero igual tardamos un rato porque el sol nos pegaba en la cabeza y teníamos miedo de marearnos. Así que caminamos lentito, y seguíamos charlando mucho, porque yo hacía unos días que no las veía a las mellizas y me tenían que contar un montón de cosas, y yo también les tenía que contar a ellas una novedad, porque en esos días que no nos habíamos visto yo salí muchas veces con Juan, que no es que estuviéramos de novios, pero nos gustaba salir y la pasábamos bien, pero la última de esas veces, y esto es lo que no le había contado a nadie, estábamos sentados en un banquito de piedra y yo le estaba diciendo que no me gustaba usar las trenzas largas porque los chicos me tiraban del pelo y me molestaban todo el tiempo, y cuando lo miré me di cuenta que me estaba mirando fijo, pero en realidad no me estaba mirando a mí porque me estaba mirando la boca, fijo, y yo no entendí muy bien y pensaba que por ahí se estaba sintiendo mal porque como que no se podía quedar muy derecho y se inclinaba para adelante y estaba muy pálido, y le iba a preguntar si se sentía mal pero de repente se tiró para adelante y me besó fuerte. Y yo quise enojarme o algo y pensé que lo iba a empujar y salir corriendo pero tampoco sé muy bien qué pasó porque al final lo terminé besando más fuerte todavía, y así estuvimos un rato bastante largo, hasta que cuando terminamos Juan estaba medio colorado y yo muy apurada, que me fui diciéndole que otro día lo pasaba a buscar, y llegué a mi casa riéndome de puro contenta. Y esto es lo que les estaba por contar a las mellizas, nada más que primero estaba juntando valor, y justo cuando abrí la boca para empezar apareció mi hermano por la esquina, con su barrita de amigos.
En cuanto nos vio se vino corriendo, muy riéndose y haciéndose el canchero, con los amigos atrás. Yo sabía que a él le gustaba una de las mellizas, aunque no muy bien cuál, porque él no me contaba y como las mellizas andan siempre juntas, yo no sabía a cuál era que andaba siguiendo todo el tiempo. Así que vinieron y nos estuvieron haciendo chistes, y corriendo alrededor nuestro, y menos mal que yo no llevaba las trenzas porque los bobos de los amigos ya me las estaban buscando para molestarme. Ahí me acordé de lo que me había dicho mamá, y le avisé a mi hermano que se fuera temprano para casa así almorzábamos todos juntos. Entonces mi hermano los apuró a los otros y nos dejaron en paz, porque se querían ir a buscar no sé qué bicho que habían visto cerca de la casa de uno. Así que nos quedamos caminando solas, pero a esa altura yo ya me había olvidado que les iba a contar lo de Juan, así que me quedé callada. Y en un momento se acabaron las casas y empezó el parque, lleno de pastos y árboles y arbustos, que seguía un rato más antes de llegar al río. A veces nos quedábamos ahí, abajo de algún árbol charlando y buscando pajaritos, pero como hacía mucho calor esta vez fuimos derecho para el río, porque ya estábamos todas transpiradas y nos queríamos bañar.
Llegamos corriendo y nos tiramos las tres al agua al mismo tiempo, agarrándonos de las rodillas para hacernos bola y salpicar más. El agua estaba buenísima, y el calor y la transpiración se nos fueron en seguida. Pero igual nos quedamos un buen rato, jugando, salpicándonos, o viendo quién aguantaba más la respiración abajo del agua. Cuando nos dimos cuenta que ya teníamos todos los dedos de las manos y los pies como pasas de uva, y nos empezaba a entrar un fresco, salimos. Volvimos hasta el parque, y ahí sí nos quedamos un rato, pero no abajo de un árbol, porque queríamos tomar sol para secarnos. Mientras seguimos charlando, y las mellizas empezaron a hablar de nuevo de los hijos del carpintero, cómo las pasaban a buscar para ir pasear y siempre les traían algún regalo, y entonces me acordé que yo les iba a contar lo de Juan, así que mientras ellas me seguían hablando yo empecé de nuevo a juntar valor, porque aunque estaba muy contenta al mismo tiempo tenía mucha vergüenza de decir lo que había pasado, no sé por qué, pero igual se los quería contar porque las cosas lindas se vuelven más lindas cuando se las contás a tus amigas. Al final me terminaron contando que tenían pensado darles ellas una sorpresa, cuando fueran a pasar esos días al campo, pero no me quisieron decir cuál iba a ser la sorpresa, que me iban a contar después, a la vuelta. Nos quedamos calladas, y cuando abrí la boca para contar lo de Juan, se sintió lejos, pero muy fuerte, una explosión. Las tres nos miramos, asustadas, y nos dimos cuenta que no lo habíamos imaginado, y en seguida sonó una explosión más, igual de fuerte, y otra, pero esta mucho más cerca, y entonces ya nos habíamos parado y estábamos asustadísimas. Las tres sabíamos lo mismo, pero a mí me daba miedo pensarlo. Hacía muchos meses que había aparecido el ejército invasor, y aunque las peleas fueron pocas y nuestro ejército resistía, fueron muy duras y terribles. Pasaba un tiempo entre pelea y pelea, y hacía mucho que no volvían y estábamos más tranquilos, pero ahora era la primera vez que llegaban los ruidos tan cerca, casi como si hubieran llegado a las casas.
Pegamos un salto cuando escuchamos un alboroto atrás nuestro, del bosquecito que había del otro lado del río, y ahí nomás salimos corriendo para las casas. Corrimos hasta llegar a los árboles donde empezaba el parque, y vimos que venían soldados, de ellos, espantosos, con esos uniformes de metal y esas armas raras y terribles que tantos desastres habían hecho. Nos separamos. Yo corrí hasta un arbusto grande y me metí adentro. Desde ahí miraba. Los soldados buscaban, con cara de perro; habían escuchado algo. Caminaron, uno pasó muy cerca de donde yo estaba, y tuve miedo de llorar o hacer algún ruido y que me viera. Pero no me vio. Siguieron caminando para el río, y yo estaba a punto de salir corriendo para el otro lado, pero de repente escuché un grito fuertísimo y cuando volví a mirar... ¡vi que los soldados habían encontrado a las gemelas! Se habían escondido juntas en un arbusto muy chico, y cuando pasaron las descubrieron en seguida. Los soldados se empezaron a reír a carcajadas y a hablar a los gritos en su idioma raro, mientras una de las gemelas gritaba y trataba de morderlos. No entendí nada, pero no estaban diciendo cosas lindas. Tuve mucho miedo por mis amigas, y ya estaba llorando cuando se escuchó ese ruido horrible, y la que gritaba y mordía se cayó como una piedra sobre el pasto. Cuando a la otra le pegaron en la cabeza y le empezaron a arrancar la ropa, me fui corriendo.
Lloraba por mis amigas, y porque tenía miedo, y porque no sabía para dónde ir. Cuando llegué a las primeras casas, ya se escuchaban los gritos por todos lados, y veía unas nubes de humo enormes subiendo más adelante. Corrí más fuerte, y tenía ganas de gritar y mucha bronca. Por atrás de una casa salieron unos soldados de ellos y me vieron. Gritaron algo, uno me corrió y llegó a agarrarme del pelo. Me tiró muy fuerte, me dolió muchísimo. Caí al suelo y el soldado se tiró encima mío, y entonces le mordí la nariz hasta hacerlo sangrar y le pegué una patada ahí donde más le duele. Me arrastré hasta salir de abajo suyo y me fui para adentro de la casa. Los otros soldados me seguían. Pude salir por el costado y meterme por otras casas hasta que los perdí. Entonces llegué a una habitación donde había dos personas en el suelo, un hombre y una mujer. Cuando me acerqué me di cuenta que estaban acostados arriba de un charco de sangre. Abrí la boca para gritar y una mano por atrás me la tapó. Empecé a dar golpes con los codos y a llorar, pero entonces escuché la voz de mi hermano que me decía que no grite, que nos iban a escuchar los soldados afuera. Me di vuelta, lo miré, él estaba todo sucio, tenía un ojo hinchado y sangre en la cara, y lo abracé llorando.
Salimos arrastrándonos por el suelo, sin hacer ruido. Me di cuenta de que mi hermano estaba muy lastimado porque se arrastraba con una pata en el aire y poniendo unas muecas horribles. Llegamos a escondernos atrás de un árbol grande justo cuando un grupo de soldados pasaba por la calle, arrastrando a don Gregorio, abuelo de Lucas y Martín, que había sido artesano hasta que sus manos se pusieron muy viejas. Ahora tenía las manos atadas a las espalda por una soga de la que tiraban, y los brazos doblados por atrás y por arriba de la cabeza y los hombros como salidos de lugar, y aullaba más fuerte que lo que yo nunca había escuchado. Mi hermano estaba furioso y por un momento tuve mucho miedo de que saliera de atrás del árbol y se fuera a pelear con esos soldados cerdos. Pero se quedó, y cuando ya no estaban más, nos levantamos y nos fuimos rápido para casa.
No nos cruzamos a nadie más. Los gritos se seguían escuchando, y las explosiones, y el humo, pero por ahí no quedaba nadie. Llegamos a la puerta de nuestra casa y escuchamos voces adentro. Mi hermano entró corriendo y yo atrás.
Ahí estaban, los soldados, los soldados cerdos. Mi papá estaba en el suelo, a un costado, con dos agüjeros enormes y rojos en el pecho y uno en un ojo que no estaba más. Mi mamá estaba en otro rincón, desnuda, boca abajo, con sangre en la espalda y en la cara. Había tres soldados encima de ella. Me quedé paralizada. Mi hermano gritó hasta quedarse ronco y corrió como pudo, con una pierna que se le doblaba para afuera, hasta donde estaban los soldados con mamá. Dos de ellos se levantaron, uno le pegó un golpe fuertísimo con la punta del arma y lo tiró al suelo. El otro salió. Volvió con una piedra enorme. La levantó por arriba de la cabeza, y la dejó caer sobre las rodillas de mi hermano. La volvió a levantar, y la tiró sobre su espalda. Después volvieron adonde estaba mamá con el otro soldado. Mi hermano tenía los ojos muy abiertos, miraba, y ya no gritaba. Cuando mamá dejó de gritar, se levantaron. El soldado de la piedra la volvió a levantar sobre mi hermano, y le aplastó la cabeza.
Después me vieron y empezaron a caminar para donde yo estaba...

Hoy nos levantaron cuando salió el sol. Hicimos una fila larga con todos los sobrevivientes, y empezamos a caminar. Nos dijeron que vamos a estar un buen rato caminando, que mejor juntemos fuerzas.


ESTAMPA DE LA EVANGELIZACIÓN DE LOS INDIOS KILMES LLEVADA A CABO POR LOS ESPAÑOLES, RELATADA POR LA PEQUEÑA ANA, DE DIEZ AÑOS, AL CURA PROTECTOR QUE LOS RECIBIÓ EN LA REDUCCIÓN DE LA SANTA CRUZ DE LOS INDIOS KILMES.

Este relato es una ficción. No fue una ficción la masacre llevada a cabo por los españoles sobre los pueblos originarios de América en general, y sobre los Quilmes en particular. Ni fue ficción su heróica resistencia, ni el exilio compulsivo de los sobrevivientes a la Reducción de la Santa Cruz de los Indios Kilmes (eufemismo con el que se nombraban los campos de concentración), lugar al que llegaron luego de una marcha forzada de 1200 kilómetros, desde Tucumán hasta la actual ciudad de Quilmes, adonde se los sometió a un lento extermenio a base de represión y miseria.

Juan Baio

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