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06 octubre 2008

¡Que la tele no me mire!

Algunas personas en las tardes de domingo se aburren o se ponen un poco melancólicas. Pero hay que tener cuidado, no vaya a ser cosa que por pasar el rato de algún modo les suceda lo que a Darío, el del poema de Osvaldo Ulloa, y terminen jugados por las máquinas o, como dice Galeano, mirados por el televisor, o programados por la computadora.

Para que el goce sea legítimo, no pasivo, y nos ponga en el rol de lectores críticos (únicos lectores capaces de disfrutar), No Todo Es Verso manda hoy estas cinco joyitas.

"…Decir desierto es decir, Dejará de serlo cuando estemos allá…"
José Saramago (de El evangelio según Jsucristo)


El supernintendo juega al Darío

o Cuando el objeto se convierte en sujeto

En la primera etapa el Supernintendo

tiene que hacer que el Darío

conecte los cables a la tv.

Pasada esta etapa el Supernintendo

logra que el Darío se siente en el sillón

y abra como un par de huevos fritos los ojos

mientras toma en sus manos los controles.

Ahora es la etapa de las interjecciones

oh! ah! uf! bien! superbién! lo logré!

mientras el Supernintendo pasa esa etapa

comienza la de los saltitos en el sillón

cada saltito vale 100 puntos alcanza un total de 10.000.

Luego pasa a la etapa del vaso de Coca-Cola

el Supernintendo tiene que conseguir se lo tome todo

y ahora en las etapas finales logra que no piense

en nada que no sienta más que la excitación

que no desee nada más que apretar y apretar los controles.

Al final de la tarde el Supernintendo se cansa

y deja tirado al Darío sobre el sillón.

Osvaldo Ulloa

Desentono


Seré de todos los colores menos del rojo, ese maldito chillón explosivo.

No acepta la suavidad del celeste, la austeridad mojada del gris, ni siquiera la soberbia magnánima del amarillo, que al ser al menos fuerte se deja tocar y ver.

Pero no, él hiere, maldito quisquilloso, malcriado histérico.

Un poco de mamá blanco nomás, y ya puede ser blando como un beso de boca nueva, o del profundo, insondable, majestuoso azul, y recapacitaría en el sano delirio del violeta, emborrachándose en remolinos hasta el día después, el marrón, la náusea, resaca de tantas vueltas.

Pero no, insiste en ser la incandescencia que descose toda la imagen, que hace sangrar las armonías, que exige ufana toda la atención para sí.

Que sea el negro pues, severo verdugo el que lo castigue, invadiéndolo, dominándolo, apagándolo, amordazando todo su ardor vital y detonante, que hace sentir a cada instante que otro mundo brotará de él como en un agónico vómito de energía; que le enseñe de una vez a respetar a su familia y a los ojos, que no alardee tanto de sus aires de contraste, que al fin deje a los demás hacer su danza en paz sobre el escenario, que la reanuden después de este desmánico "intermezzo"; que lo agote, que lo ahogue en una lúgubre nota de caverna que se va hundiendo en la ceniza del incuestionable volcán.

Ya los que se han quedado parados mirándolo con la envidia atragantada aún en la incomprensión, con sus parlamentitos en la mano aguardando tímidamente,

el exquisito ámbar, que estaba seguro de ser el asombro de la velada,

el grotesco verde mostaza, que había estado tanto tiempo para aprenderse sus seguramente disonantes palabras, condescendidas por los demás,

el áureo oro, tres veces campeón, erguido en su trono de sí mismo, lamido por todos los adulantes hermanitos menores que no comprenden aún, que sólo se encandilan,

el gracioso naranja, "el tío" naranja, con sus chistes nuevos y fresquitos arrugándose entre los puños iracundos, mascullando entre dientes "sangre de mi sangre…",

(el místico índigo como una excepción, imperturbable con su aire ausente como siempre, la envidia del oro y del rojo también, tal vez por eso haya hecho todo esto –piensa el malicioso oro – para intentar inútilmente hacer decir una sílaba al índigo contra él, vanidoso exasperante)

el joven y moderno cromo, que se comenta en voz baja que es el plateado que se estuvo arreglando todo el año, metamorfoseándose y cambiándose el nombre para quitarse los años (y tal vez poder competirle por una vez de igual a igual al oro su trono de oro, cómo ansía el trono dorado),

la nena loca, otra rebelde sin causa, fucsia, que quiere ser el deseo de los fornidos cromados, con sus dos colitas en el pelo, la nena,

su amiga del alma y mutuamente competidora secreta, lila, sabiéndose más linda y por eso alabándola tranquila, segura de sí misma,

(la otra excepción, el transparente, resignadamente considerado loco por todos salvo por el índigo –y, casualmente, el rojo – hablando sin que lo escuchen, gesticulando de todas las formas posibles sin que nadie pueda entender lo que está queriendo decir)

el verde paz, amante del canto soprano del amarillo con arreglos y base en fa menor del marrón y la danza solista del celeste,

ya todos ellos han formado un vengativo círculo que se va cerrando de a sigilosos, resonantes pasos, sobre el bribón que se sigue proclamando a sí mismo (si le entiendo bien) como alma y puente, que pretende destruir lo acordado por todos y ya preparado y dispuesto alegremente, lo que se ha hecho siempre y todos gustan de repetir, con palabras incendiarias, paroxísticas, convulsas, desesperadas, como si fuera el último día del mundo, por favor, a qué tanto escándalo.

Si me preguntan, nada diré.

Por supuesto que no votaré por él.

Sí, me parece mejor, mucho mejor, que lo agarren así entre todos y lo calmen, y claro, si no se calma que lo re-priman, que lo disuelvan,

que ni se mueva papá negro, con sus graves cejas y su garganta como atorando una sentencia que mejor si no dice, sí, que ni se gaste,

mejor si lo hacen los hermanos, para que después no anden diciendo que hay autoritarismo.

Ernesto Alaimo


Los sueños que no quise

Este poema, fue escrito en el exilio en Venezuela, Mario, tenía 19 años para el golpe militar de Pinochet. Dice así:

Nos cortaron el tiempo,

me dejaron chavado

en mis 19

con el corazón girando

y

una aguja

sacando notas de Adamo

se perdió en el camino y me vi envuelto

en una cárcel

de paralelos y meridianos

recorriendo

los sueños que no quise.

Mario Palestro C.

Postales de Paola

Sin desmerecerte, le entrego tus cartas credenciales

al olvido para que seas vos quien mejor me represente

en el territorio de lo que no ha sido.

No huyo ni dejo tu recuerdo a la deriva, el destino

vestido de agenciero esotérico sabe que lo peor que

puede pasar es que te acerques a mis poesías; mientras

que yo, en esta hora de liberación, siento que si bien

aprendí mucho, ya no tengo ganas de salar las heridas.

Si tus particularidades y las mías saltan a la vista

en cualquier planeta, responde a que el centro del

universo donde nos deseamos fue la pasión y el que

hayamos sido tenaces con los besos que nos dimos.

Quizá el error más severo fue pretender apropiarse

de un amor que a esa edad se antojaba escurridizo, y

sobre aquella falacia construir el nido.

Hoy que ni la mezquinad tiene sentido, el tiempo de

nuevo cobra el poder que le otorga ser el factor

preponderante, que a la larga o a la corta, condiciona

al olvido.

Sin desmerecerme, vas a dejar que el temporal cubra

mi recuerdo de hojas otoñales hasta que yo desaparezca

de tu memoria; y deje de ser la estampilla obligatoria

adherida en las postales que me envías desde el

territorio de lo que no ha sido.

Sebastián Gianetti


Al pueblo guaraní

¡ Oigan al quebracho añoso

altar donde se cuela la luna ,

al ritmo de tambores y flautas!

¡Oigan a sus ramas

escribiendo en el aire

el amor a la tierra ,

y las heridas sufridas

por la piel guaraní!

¡Oigan a sus hojas

bendiciendo a la arcilla

que florecen en tus manos

pueblo guaraní!

Stella Maris Taboro


LITERATURRA Agradece a AGENCIA WALSH

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